Llegó el momento de empezar a amarnos en acto.
Hoy toca amarme sin desear ser vista por un otro.
Estos días se sintieron con una energía especial, energía que me movió hacia lugares que me piden que accione. Que accione con responsabilidad, desde el amor, como la adulta que voy siendo. Que me pide que cree desde mi diálogo interno esas nuevas historias que quiero contarme para ver, en un tiempo, materializadas en mi realidad.
Digo en un tiempo, pero en estos días las sincronicidades fueron tan potentes, tantos encuentros que se decretaron tan solo minutos después de pensarlos, que solo pude comprobar, una vez más, que el tiempo no existe. Todas nuestras versiones están coexistiendo ahora mismo, en presente. Y yo soy una exploradora, una buscadora de nuevas evidencias que encuentra, segundo a segundo, confirmación de todo eso que me voy contando.
Me encontré revisitando a la niña que habita dentro mío, con sus miedos, sus sombras, sus inseguridades. En el camino, me topé con una niña que interpretó, por algún motivo, que ser vista era una recompensa; que hacer “todo bien” era lo que traería como premio un amor incondicional, porque con solo ser no era suficiente. Y fue momento de presentarme ante ella como la mujer que voy siendo, con todo el amor y con las herramientas que adquirí hasta el día de hoy. Fue momento de que sepa que hay una adulta a cargo. Oportunidad para contarle que todas esas interpretaciones no dicen nada acerca de quién soy hoy, y que aunque duelan, esas percepciones no son más que eso. Lo que percibimos es una ilusión, no hay certezas en ellas. La realidad no es más que una construcción que toma miles de formas, y somos nosotros los arquitectos de esta obra.
Hablarle a la niña que aún llora cuando algo la lástima es el acto de amor más grande y accesible que todos tenemos a nuestro alcance para ser compasivos con nosotros mismos. Para vernos sin juicios, y comprender que, independientemente de nuestra edad, tenemos una historia que nos antecede. Una larga lista de vivencias que marcaron nuestro andar, nuestras decisiones, nuestras relaciones y nuestros modos de ser y vincularnos con el otro y con el mundo. Somos seres sociales, y, por lo tanto, siempre estamos siendo con un otro. Es parte de nuestra condición de ser humanos. Nacimos a través de alguien más, y, para sobrevivir, tuvo que haber un otro u otros que cuidaran de nosotros. Y recordar esto desde un principio me resulta imperioso, porque da justo en la tecla si de heridas hablamos. El amor, o la falta de él, irá marcando nuestra presencia en esta experiencia terrenal.
Así, hablarle a esos niños que habitan dentro nuestro, es, sobre todo, un acto de amor y de madurez. Es poder reconocer que aquella versión más vulnerable que aún habita en nuestro interior tiene un lugar especial, que merece ser visto, cuidado, amado, y es nuestra versión adulta la que puede darle todo aquello que necesita.
Así, es que hoy toca amarme en acto. Amarme de hecho, no en fantasías. Ya no a través de ideas que pongo afuera como expectativas, como un sueño de cómo me gustaría sentirme amada. Hoy toca sentir amor empezando por mi. Empiezo yo, conmigo. Y así, solo así, lo veo reflejado en mi afuera.
El exterior está respondiendo segundo a segundo a la información que llevamos por dentro; a las historias que nos contamos, a la energía con la que nos movemos.
Desromantizar el amor es atrevernos a sentirlo de verdad. El amor romántico nos deja atrapados en un sueño del que no logramos ser los verdaderos soñadores. Para atrevernos a soñar tenemos que estar dispuestos a vernos en nuestra totalidad. Amar es una decisión constante, donde hacemos consciente lo que estamos eligiendo. Y, aún en términos amorosos, habrá tiempos de siembra y cosecha; pero, como ya dije, en la quietud también hay movimiento. Lo que aún no vemos materializado, si ya está en nuestra mente, está moviéndose hacia nosotros.
Hoy toca animarme a creer en lo que sé que ya estoy lista para cumplirme.
En soltarlo y confiar que del “cómo” se encargará esa fuerza que es más grande que nosotros, que no entiende del idioma que habla nuestro ego ni de todas las creencias limitantes que acarrea. Y para eso necesitamos confiar en nosotros mismos.
Confiar en uno es confiar en la potencia que habita dentro nuestro. En que Dios (del cual algún día hablaré en detalle, porque no es ese Dios que nos contaron) nos creó a su imagen y semejanza. Nos escogió para experimentarse a través nuestro, y es por eso que ningún sueño le resultará “demasiado” como para ser realidad. Este Dios es abundante, generoso y amoroso. Es el que planta todo ese “noseque” que muchas veces no sabemos explicar, pero que se presenta en nuestro pecho cada vez que aterriza una idea que se siente como verdad. Ese es nuestro Dios experimentándose, y es a quien yo decido escuchar hoy.
Amar en acto es crearnos esos espacios seguros donde sabemos que podemos volver y ser nosotros mismos sin juicios. Más allá del otro, sobre todo, libres de juicios propios.
Hoy vuelvo a mí. Hoy abandono el abandono a mi persona. Hoy entiendo que, para que me elijan, primero toca elegirme incondicionalmente. Con todo y con mi vulnerabilidad. Hoy me quedo conmigo, a sentarme con mis sombras, a reconocerlas e integrarlas a mi ser. Hoy confío en que lo que sé y lo que soy es suficiente.
Soy mi proyecto y mi bien más preciado. Y así vivo cada día de mi vida. Honrandome, cuidandome, respetandome y amandome. Viendome.
Nos animo a que seamos los soñadores de nuestro propio camino, a que nos contemos historias que nos emocionen de sólo pensarlas; a que escribamos nuestra realidad, y que nos rindamos al misterio que nos trajo hasta acá.
Gracias, gracias, gracias, especialmente a las niñeces que habitan dentro nuestro
Con amor infinito,
Valentina